Desde aquel 5 de junio que enlutó al Perú entero, con la muerte de 34 personas en la Curva del diablo; los espectros del nativo Yampis y el oficial Bazán Soles, empezaron a protagonizar un nuevo episodio, que hasta hoy, nadie ha conocido.
Entonces las almas de los dos caídos, segados por la eternidad de la fusca noche, hicieron su reaparición en el mismo escenario, uno tras otro, pero en direcciones opuestas: Crisanto Yampis, el segundo de sus cinco hermanos, lucía una hermosa túnica blanca, tan blanca como el alba que hacía juego con el collar asido por su costado. También llevaba una corona de plumas multicolores, extraídas de aves sagradas de la selva, y provisto con una lanza de chonta nativa, atisbaba sigiloso en distintas direcciones, mostrando su rostro teñido con dobles rayas. Del otro extremo, apareció el alma de Bazán Soles, que también vestía túnica blanca pero ceñida con cinturón de cuero, en el que se exhibía una pistola personal y otros atavíos bélicos; mientras sus manos sostenían una metralleta similar a la de Rambo.
La sorpresa fue inevitable al encontrase en esas apariencias. Al instante se clavaron una mirada punzante, llena de intolerancia y odio. Y en ese estado de paraplejía que les iba consumiendo hueso por hueso, cayeron en la cuenta que los dos estaban cadáveres. En el acto, afloró de sí el resentimiento y con mucho coraje se desató una lucha campal cuerpo a cuerpo, acusándose por la muerte de los suyos:
_Tú mataste a mi pelotón de policías.
_¿Y por qué no admites que fuiste tú, quién ordenó la cruel masacre de mis hermanos nativos?.
_Eso no es cierto. Por tu culpa he perdido a mi familia. ¡Toma, toma! _decía furioso, mientras agredía al espectro de Crisanto.
Fue increíble y les juro que no exagero. Ambos pelearon un promedio de siete mil doscientos tres segundos, que de no ser por la noche que se ennegreció de tanto negro, no se les habría distinguido; pero al fin, vencidos por el cansancio, los dos cayeron a tierra. Ironizados. Pero a nadie se le pudo atribuir la victoria.
El tiempo parecía detenerse en complicidad con esa noche. La prolongación de los minutos y segundos eran evidentes, mientras que los cuerpos desfallecidos, apenas podían moverse, surgiendo la pronta necesidad de ponerse de acuerdo.
_No tiene sentido seguir combatiendo. ¿A caso nosotros tenemos la culpa?_, reflexionó desde el suelo, Bazán Soles, aún agonizante.
_No sé si tengas razón, hermano_, contestó el nativo, clavándole una mirada más apacible.
Pero como el resentimiento no les dejaba concentrarse y proponer soluciones inmediatas, se les apoderó un profundo silencio hasta quedarse sutilmente dormidos. Al fin fue Crisanto Yampis que a los diez y ocho minutos logró despertarse y de rodillas exclamó aletargado:
_¡Lo tengo! ¡Lo tengo, Bazán Soles, lo tengo!
_¿Qué te pasa Yampis, por qué interfieres mi sueño?
_Iremos al cielo para interpelar a Dios. Es el único responsable que ha permitido que se desate la violencia entre los tuyos y mis hermanos.
_Es una buena idea, Crisanto. Vamos al cielo y hablemos de una vez con el altísimo_, alegó Felipe Bazán Soles, con un poco de rudeza.
***
A las dos con cuarenta y un minutos de la mañana, llegaron los moribundos a la puerta del primer círculo del cielo. Dios que estaba en su meditación universal en el epicentro celestial del paraíso, les hizo esperar veinticinco minutos para atenderlos. El ángel encargado de controlar el ingreso de los visitantes, al no encontrar sus nombres en el registro electrónico de alta definición perteneciente al paraíso, recurrió a un cuadernillo gordo y muy desgastado y ahí los encontró a los dos, recién inscritos con tinta indeleble roja. Era el infierno. En esos instantes apareció el altísimo con los brazos abiertos diciendo bienaventuranza para los humanos que buscan la verdad. ¡Pasad, pasad!. Y con una voz dulce añadió enfático: _He decidido darles una nueva oportunidad. Intercederé por su intermedio para corregir las desavenencias entre nativos y colonos, originadas por culpa de esos decretos que ha emanado el gobierno.
Fue así como se aperturó un censurador debate, protagonizado por los visitantes:
_Estuvieron a mi cargo un pelotón de 8 policías, cuando se tomó la Curva del diablo, pero todos fuimos asesinados por los nativos. Dado a que el comandante no llegó con 60 refuerzos, ni el helicóptero pactado en el plan de desalojo.
_Bien lo dice el oficial Bazán Soles, _Recalcó el nativo. _Nosotros fuimos sorprendidos por esos uniformados del gobierno. Nos atacaron por aire y tierra a las cinco de la mañana. No quiero ni recordarlo. Fue muy doloroso ver a mis hermanos caer uno a uno, al no poder contrarrestar las bombas y disparos, únicamente con nuestras flechas. ¡Eso no es justo, señor omnipotente!
_Nosotros, solo cumplíamos órdenes, vuestra excelencia. Juzgue usted a la Ministra Cabanillas y al General Muruguza, exclamó ofuscado, el oficial aludido.
A lo que Dios se puso de pie y levantando sus manos juntas, intervino con suma tranquilidad e inteligencia: _¡Calmaos! Calmaos el uno como otro. Mi omnipotencia me ha permitido ver y escuchar todo lo que ha pasado en la tierra y no se puede negar que existen irresponsabilidad y negligencia en ambos partes. Por tanto, id los dos al planeta tierra y convocad a una macroasamblea en la misma Curva del diablo y en presencia de los responsables directos e indirectos, colaboradores y pueblos aledaños, transmitan mi mensaje de perdón y consoliden el compromiso de reconciliación. Si así lo hacéis, los dos también serán perdonados y bienvenidos en mi reino.
Luego se cerró mágicamente la puerta del cielo y los espectros de Yampis y Bazán quedaron fuera. En consecuencia, esa misma hora Crisanto Yampis se dirigió para la selva y Felipe Bazán, para la costa.
***
La convocatoria y preparación del magno encuentro les demoró cuatro apretados días. Pero al caer el ocaso del quinto día, vacilante retratándose en el horizonte, se apostaron en la parte baja del enigmático Curva del diablo, una multitud inmensa de personas. La mesa de honor, enarbolada por el señor presidente de la república, sus ministros, el señor Alberto Pizango, los Apus de las principales comunidades nativas, los presidentes regionales de Amazonas, Cajamarca y Lambayeque, así como los alcaldes de Utcubamba, Jaén y Bagua; lo presidían los espectros del nativo Crisanto Yampis y el oficial Felipe Bazán Soles, que por sus túnicas blancas, se podían divisarles desde lejos.
Bazán Soles dio inicio al magno encuentro.
_Compatriotas, esta tarde nos hemos reunido gracias a la enorme voluntad que todos ustedes poseen. Bienvenidos, a esta escena histórica y decisiva.
_Les traemos el mensaje de perdón y esperanza, por encargo de del todo poderoso, nuestro Dios. Hoy necesitamos asumir un compromiso de enmienda y reconciliación. Ya no podemos seguir con la discordia entre peruanos… y así siguió con vehemencia, Crisanto Yampis por un espacio de quince minutos. Luego unieron sus manos con Bazán Soles y en señal de conjuro, al unísono, pidieron que todos hagan lo mismo. Sin embargo un vientecillo sesgado zozobró con fuerza la ceremonia y al instante se pudo observar la llegada de un ejército constituido por millones de hormigas coloradas y muy pequeñas, que al instalarse con sus carteles y pancartas, coparon todo el ancho de la pista Fernando Belaúnde Terry, a lo largo de 30 kilómetros de distancia. Por el otro extremo de la pista que da acceso la selva, arribaron de similar forma, un ejército de suris apantalonados de blanco, sosteniendo una pancarta de seis metros con letras verdes que decía: “DEVOLVAMOS TRANQUILIDAD A LA NATURALEZA, ES HORA DE LA RECONCILIACIÓN”.
La multitud se balanceó por unos segundos como un remanso de quietud inacabable, que absorta y sin habla se fue deshaciendo para finalmente, preguntarse entre sí, qué significaba todo eso. A lo que Yampis, levantando su lanza con su brazo diestro y en el otro, la corona y el collar de semillas, exhortó decididamente: Tranquilidad, tranquilidad hermanos peruanos. Es nuestra madre tierra que en esta tarde nos ha presentado a dos testigos fidedignos, con la finalidad de garantizar el cumplimiento de este conjuro. Por eso hermanos peruanos, gobernantes y policías, nativos y colonos, pueblos de las tres regiones de este Perú profundo, es hora de abrazarnos. Y tomando aire, terminó guturando en tono prolongado. _¡Es hora de reconciliaciónnnnnnn!.
La respuesta fue al instante. Se pudo escuchar el estruendoso eco desde la cima del cerro hasta las turbias aguas del Marañón, cuando en una sola voz, la multitud rompió el silencio con efervescencia: ¡Reconciliación! Reconciliación! ¡Reconciliaciónnn!. Enseguida se estrecharon las manos, se vertieron frases hermosas y entre sollozos se fueron abrazando todos los presentes.
_¡Un momento por favor! ¡Un momento!. _coreó con gallardía Bazán Soles. Este conjuro aún no ha terminado. Si en cualquier momento pretendamos (señalando con el dedo al gobierno, los ministros, los policías y demás representantes de las regiones) romper este pacto, serán las hormiguitas nuestro eterno castigo. Ellas instalarán su ejército en nuestras casas y oficinas de trabajo y nunca nos dejarán en paz a lo largo de nuestras vidas.
_Naturalmente, señaló Crisanto Yampis. Entonces, apuntando a Pizango, a los Apus y los demás nativos, subrayó con mucho acento: ¿Si nosotros rompemos el conjuro, esos suris cabezas negras, invadirán de por vida nuestras chacras y acabarán con los sembríos de plátanos, yucas y otros sembríos!.
Finalmente, ocurrió algo inesperado que nadie podrá olvidarlo. Una luz blanquecina bajó desde el cielo, se detuvo sobe la cima del cerro y configurándose en la imagen de cristo, dijo: Bienaventurados seáis todos. Crisanto Yampis y Felipe Bazán Soles, subirán hoy con migo al purgatorio. Y ustedes cuando despierten de este sueño, ya dejen de buscarlos, sino más bien en unidad, disfruten la virtud de tener una vida entera.
Jorge Espinoza Fernández